Cada noche, el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, uno de los más transitados de Europa, se transforma en un refugio improvisado para más de 400 personas sin hogar. Bancos, rincones y pasillos de la Terminal 4 se convierten en dormitorios de emergencia para quienes ya no tienen otro lugar al que ir.
Para muchos, Barajas representa una alternativa menos violenta que la calle: un espacio cerrado, iluminado y con presencia policial. Pero la realidad dista de ser segura o digna. Adicciones, tensiones entre indigentes, falta de higiene y conflictos por el espacio marcan el día a día de quienes sobreviven en sus instalaciones.
Historias como la de una mujer que lleva seis meses viviendo en la planta alta de la T4, tras huir de una relación abusiva, revelan el drama humano detrás de las cifras. “Vivir aquí es horrible”, afirma, mientras relata cómo debe esconderse de un hombre que la amenaza constantemente. Aun así, prefiere esta zona “más tranquila”, lejos del caos de la planta baja.
Barajas es, hoy por hoy, un símbolo de la crisis estructural de vivienda y desprotección social en España. Un aeropuerto que conecta el mundo, pero donde cientos de personas desconectadas del sistema encuentran su única opción para dormir bajo techo.
